Hoy ha hecho una tarde preciosa con un cielo de lo más despejado, así que me he montado en mi escoba y he viajado algunos años hacia atrás. Mi viaje ha hecho parada en un recuerdo que me apetece contar, sobre todo, porque éste tuvo un final feliz…
Aaron y su mama Sara llevaban dos años viniendo cada tarde al centro cívico donde yo trabajaba y nunca supimos la verdadera situación que estaban viviendo.
Sabíamos, que a Sara le había abandonado su marido y que no tenían más familia, que estaban solos y que entre los dos, se cuidaban el uno al otro.
Aaron y su mama venían todos los días y el niño, de ocho años, se pasaba la tarde de actividad en actividad mientras Sara le esperaba. La biblioteca, la sala de encuentro y la ludoteca eran como su segunda casa.
Un día me encontré a Sara lavando ropa en el lavabo de uno de los baños del centro. Me miro, me dijo que no dijera nada y que le guardara el secreto. Que les habían cortado el agua y que no tenía dónde lavar. Esa misma tarde durante la sesión de juego con Aaron, saqué el tema y con la sinceridad innata de la infancia, me dijo que su mama no le dejaba contar nada de su casa, ni de dónde iban después de salir del centro cívico, pero que les habían echado de su piso y que llevaban un mes durmiendo en la estación…y que no era la primera vez.
Evidentemente entramos en acción. Desde los servicios sociales se les buscó un piso y se diseñó un plan de acción para trabajar con Sara: Formación, inclusión en bolsas de trabajo y seguimiento. A los dos años, Sara seguía haciendo formación y había mantenido su puesto de trabajo en una empresa de catering. Afortunadamente, en este caso, el trabajo desde los servicios sociales dio sus frutos.
A partir de entonces muchas veces he pensado en todas esas personas que no se atreven a contar, a denunciar, a pedir ayuda y a dejarse ayudar o al menos, dejarse asesorar.
Tengo claro con Sara y Aaron se pudo intervenir porque eran usuarios diarios y algunos de sus movimientos hicieron saltar las alarmas, pero principalmente porque el niño contó por lo que estaban pasando. No sabemos cuanto tiempo más Sara hubiera podido esconder su situación.
Vivimos en una cultura de “culpa” en la que parece que las cosas que a uno le pasan se las busca uno mismo. Pero no siempre es así: Las "circunstancias" hacen mucho y la mala suerte…mucho más. Además, aunque la culpa fuera de uno mismo, ¿no es posible reorientar, volver a intentarlo? Creo que si, creo que debemos darnos y dar segundas oportunidades y si no sabemos cómo o donde encontrarlas, preguntarlo sin miedo, sin culpa y sin vergüenza.
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