Toda la vida cuidando a los hijos
y cuando son mayores, ahí te quedas que yo me voy… oye, que se van y no miran
ni patrás y allá tu con tu corazón roto y tu nido vacío y claro, en queriendo
llenar el nido con algo, pues tiras de lo primero que encuentras: pena, rabia,
impotencia, pena otra vez. Ufff…que peligro tenemos las madres cuando nos
ponemos a sufrir. Nos lo sufrimos todo.
Cierto es que cuando nuestros “niños”
se van (aunque tengan ya más de 30 largos) nos agarramos a los niños que fueron
y esa imagen ya no se nos borra: “Que si cuando era pequeño esto, que si cuando
era pequeño lo otro” y parece que pensábamos que jamás se irían y que nos
necesitarían para siempre. Íbamos listas.
También creo que con repetirles eso de que “madre no hay más que una” nos
creíamos que nos estábamos ganando el que nos quisieran para siempre más que a
nadie. Íbamos listas otra vez.
y aun creo más: que cuando fuimos al cole
nadie nos explicó (entre los cientos de cosas absolutamente necesarias que
tampoco nos explicaron) que los hijos no son posesiones y que la frase “tengo un hijo” era en sentido figurado. No
les tenemos, no son nuestros. Son suyos.
Son dueños de ellos mismos y de sus propios proyectos vitales. Dueños de sus sueños
que muy posiblemente no tengan nada que ver con los nuestros y que no deben
serlo porque bastante tengo con ser dueña de mí, de mis fracasos y de mis
éxitos. Yo soy la única dueña de mis sueños y me he planteado muy pocas veces cuál
era el sueño de mi madre. ¿Insensibilidad o crecimiento personal?...
Ahora que soy mayor y estoy en
medio de dos generaciones tengo visión para comparar mis comportamientos como
madre y mis comportamientos como hija y vive Dios que yo misma como madre, no me
soportaría como hija. Ni al revés.
Al final, nos pasa que en esta
sociedad nuestra nos educamos en unos roles tan marcados que cuando nos toca
cambiar es como tirarnos al vacio. Y si
encima, lo que nos toca aprender en cada rol lo aprendiéramos o nos lo
enseñáramos bien, ni tan mal…
Pero tal y como tenemos montado nuestra
educación, tal y como aprendemos nuestros hábitos de consumo y viendo cuáles
son las bases sobre las que soportamos nuestro sistema de valores, ser de otra
manera sería un milagro. También digo que lo alimentamos día a día nosotros
mismos. Mi escoba y yo también, faltaría más.
No os ofendáis que voy a ser un poco
exagerada:
No nos enseñamos a ser niños:
Tiene narices que con tres-cuatro años empecemos con el judo-ingles y las no sé
cuantas extraescolares a las que tenemos que ir porque si no, el día de mañana
no estaremos preparados para salir a
este mercado taaaaaan competitivo.
¿Y jugar?, ¿cuándo juegan los
niños? Antes los niños jugaban…
No nos enseñamos a ser adolescentes:
Tiene narices nos dejemos llevar de lo
bonito que es que en casa me lo hagan todo y nos escondamos detrás de que como
la adolescencia es una edad taaaaaan difícil pues todo lo que hacemos es fruto
de esta etapa en la que “adolecemos” de muchas cosas. De ahí lo de ser “adolescente”,
claro. Ahhh pero que no falte dinerito para hacer un poquito de botellón el
finde y si puede ser, me vayan comprando un Smartphone que el “móvil” anterior
está pasadito de moda.
¿Y descubrir el mundo con los
pies en la tierra y no sólo con los
dedos en el teclado? El mundo es mucho más que virtualidad y consumo. Antes los
adolescentes no tenían tantas cosas, ni p…. falta que hacía.
No nos enseñamos a ser jóvenes: Tiene
narices que lleguemos a jóvenes con los valores tan liados. El compromiso, la oportunidad,
el desarrollo, la superación, la responsabilidad, la implicación o la iniciativa
se nos escapan en cambio la desorientación, la frustración, el miedo, el vacio y el “que no me falte de na´”
lo tenemos muy presente aunque no lo verbalicemos (porque si digo que estoy
muerto de miedo ante el futuro voy a parecer el más pringao)
¿Y empezar a asumir
responsabilidades para ir tomando el relevo de los adultos más mayores? Ya lo
siento pero esto está montado así. Sociedad de relevos. Es que si no el sistema
no funciona y tomar el relevo es mucho más que coger la antorcha y echar a
correr. Jo que difícil lo tienen, en serio.
No nos enseñamos a ser adultos: Tiene
narices que al llegar a adultos seamos tan poco seguros y tengamos las cosas
tan poco claras: ¿Qué hago para conseguir una estabilidad?, ¿compro o alquilo?,
¿cómo educo a mi hijo?, ¿cómo atiendo a mis padres?,¿qué va a ser de mi cuando
sea mayor?,¿ya llegaré a las pensiones?,¿dónde me voy a de vacaciones?,¿qué
planeta estoy dejando?,¿playa o montaña?
Dios mio que estressssssss.
Y no nos enseñamos a ser mayores:
Tiene narices que en esta sociedad nuestra nos hayamos empeñado en dejar a un
lado a los mayores, porque no nos da la gana interiorizar que la vejez y la
muerte forman tan parte de la vida como cuando nacemos pero jo, es que la
vejez, la enfermedad y la muerte son taaaaaaan tristes.
¿Y aprender de ellos?,¿cuándo aprendemos de
nuestros mayores? Antes aprendíamos de ellos…creo.
Ufff… yo no digo que antes se
viviera mejor o que los roles estuvieran menos marcados pero creo que pasábamos
de etapa vital más preparados para asumir la siguiente.
Insisto, no se me enfaden, pero
que creo que tiene narices.
En fin, acabamos este post con un
corto muy simpático pero tiene su aquel sobre aquello que decíamos que madre,
no hay más que una.